Celebramos hace poco la Solemnidad de la Epifanía del Señor, el día de los Reyes.
“Epifanía” es una palabra griega que significa “manifestación”. Fue el día de la
manifestación de Jesús como Salvador de todos los pueblos, en la persona de los
Reyes del Oriente, los Magos o Sabios, que vinieron visitar al Niño Jesús en
Belén.
Dios
se usa de varios medios para llamar hacia si a las personas, medios adaptados a
la personalidad y a las condiciones de cada uno. A los pastores, judíos, ya
familiarizados con las revelaciones divinas del Antiguo Testamento, Dios los llamó
a través de los ángeles, mensajeros de la buena nueva del nacimiento de Jesús. Los
Magos, en cambio, eran paganos, de Arabia. Pero como eran astrónomos y
astrólogos, Dios los llamó a través de una estrella misteriosa. Jesús no
discrimina a nadie: en su pesebre vemos pobres y ricos, judíos y árabes. Todos
son bienvenidos a la cuna del pacífico Niño Dios. Ya se vislumbra así que Jesús
es y será la fórmula de la paz para el Oriente Medio.
Cuando Jesús vino al mundo, reinaba
una relativa paz en todo imperio romano. La paz por la fuerza y dominio. Pero Él
vino traernos la paz, su paz, la verdadera. “Os doy mi paz. No es a la manera del
mundo que yo se la doy” (Jo 14, 27).
“Príncipe de la Paz” es el título que le daba el profeta Isaías: “su nombre
será... Príncipe de la Paz” (Is 9,5). Ese fue el cántico de los ángeles en la
noche de Navidad: “!Gloria a Dios en lo más alto de los cielos, y, en la tierra,
paz a los que son de su agrado!” (Lc 2, 14). Y su primer saludo a los Apóstoles
después de la Resurrección fue: “La paz sea con vosotros!” (Jo 20, 19 ss).
En
su mensaje de Navidad “Urbi et Orbi”, el Papa Francisco habló de la paz en el
mundo, principalmente en Oriente Medio, y pidió al mundo entero la oración por la
paz:
“La verdadera paz no es un
equilibrio de fuerzas opuestas. No es pura «fachada», que esconde luchas y
divisiones. La paz es un compromiso cotidiano, y la paz es también artesanal,
que se logra contando con el don de Dios, con la gracia que nos ha dado en
Jesucristo. Viendo al Niño en el Belén, niño de paz, pensemos en los niños que
son las víctimas más vulnerables de las guerras, pero pensemos también en los
ancianos, en las mujeres maltratadas, en los enfermos… ¡Las guerras destrozan
tantas vidas y causan tanto sufrimiento! Demasiadas ha destrozado en los
últimos tiempos el conflicto de Siria, generando odios y venganzas. Sigamos
rezando al Señor para que el amado pueblo sirio se vea libre de más
sufrimientos y las partes en conflicto pongan fin a la violencia y garanticen
el acceso a la ayuda humanitaria. ¡Hemos podido comprobar la fuerza de la
oración!... ¡No perdamos nunca la fuerza de la oración! La fuerza para decir a
Dios: Señor, concede tu paz a Siria y al mundo entero...
Tú, Príncipe de la paz, convierte el corazón de los violentos, allá
donde se encuentren, para que depongan las armas y emprendan el camino del
diálogo... Niño de Belén, toca el corazón de
cuantos están involucrados en la trata de seres humanos, para que se den cuenta
de la gravedad de este delito contra la humanidad. Dirige tu mirada sobre los
niños secuestrados, heridos y asesinados en los conflictos armados, y sobre los
que se ven obligados a convertirse en soldados, robándoles su infancia”.
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